CUENTOS

BATALLA ESPACIAL. CAPÍTULO I.

“A” se fue a vivir sola. Arrendó un departamento de un ambiente y se instaló con sus cosas. Organizó el espacio para tener un lugar para trabajar en sus ideas, otro para comer, otro para dormir y para guardar su ropa y objetos. “A” iba todas las mañanas a trabajar a una oficina y cuando llegaba a casa se dedicaba a diseñar. Dibujó unos artefactos, que recreó en maquetas de distintas escalas para tener una idea de como se verían; las construyó con cartón piedra. Luego pensó hacer uno de los artefactos a escala humana para tener una relación cuerpo a cuerpo con lo que había dibujado. No sé bien por qué, pero parece que olvidó realizarlo con los materiales reales y siguió construyendo con cartón piedra. Cortó, plegó y armó las piezas. La cabeza como una mesa de carnicero o como edificios. Sus piernas como una tina o como centro comercial o un parque. Su ombligo como una moledora o como una nave espacial. Su pecho como cápsulas para dormir o cajones para coleccionar plásticos, telas, vidrios y eso que llaman cucharas. “A” tuvo que deshacerse de muchos de sus muebles. El espacio comenzó a reducirse. Creo que pensaba que le faltaba algo y seguía plegando y alzando volúmenes.

Un día “A” dejó de ir a la oficina. Se encerró día y noche en el departamento. Colgaban de su ropa pedazos de cartón. Tenía heridas las manos. Dormía poco como si un fantasma la tuviese en guardia. Pasaba mucho tiempo construyendo. Una vez, por ejemplo, se quedó anclada en lo que ella denominaba rodilla. Daba la impresión de que la tramaba, que untaba algo pegajoso y que le adhería más figuras con cartón piedra. Para “A” cada figura era un escenario y sus dedos caminaban sobre el suelo gris. “A” le decía que conocería de extremo a extremo los muros de la casa. Le susurraba que llenaría todos sus lados, pese a que cubría las ventanas, dividía los espacios. Hubo veces que no veía a “A”. Pensaba que había vuelto a la oficina, pero luego aparecía un fragmento de “A” y la descubría arrinconada, trabajando. Era una coexistencia cuerpo a cuerpo entre ese monstruo y “A”, pero ella tenía que saltar para pasar de un lado a otro de los lugares que él no ocupaba. Llegó el verano, llegó el otoño, llegó el invierno y algunas partes empezaron a desarmarse, pero “A” luchó contra ello. Se irritaba con sólo pensar en su destrucción, parecía más resuelta que nunca. Ocupaba su departamento y ella se esforzaba para que los brazos permanecieran en su lugar. Lidió con el peso, con la gravedad, con el espacio y siguió creando miembros apéndices, brotando como raíces de una semilla.

Yo nunca sabía qué era. Me preguntaba qué estaba haciendo “A”. Algunas veces imaginaba que era un castillo con varios laberintos e inventaba historias, pero “A” volvía a generar extremidades. Más piernas, más brazos, más uñas; yendo de un lado a otro y entrando a otras habitaciones creadas por mí mismo. De una de mis manos salen ventanas y creo que “A” veía el mundo a través de ellas. Pero ya no, he crecido enormemente. “A” se ha ido. No sé, no recuerdo si se asustó o yo mismo la expulsé. Me confundo porque ella decía que no podía vivir sin mí. Me he quedado solo. He ganado la batalla espacial.

Ales Villegas



BATALLA ESPACIAL. CAPÍTULO II.

Desperté aturdido. No entendía dónde estaba, qué había pasado. Ignoraba completamente cómo había llegado hasta ahí. Me impresionó el hecho de estar vivo. Inmediatamente me desconcertó más aún la idea de pensar que había muerto. Reflexioné que, en realidad, era ridícula la posibilidad de mi muerte, si sólo estaba hecho con cartón piedra.

Miré alrededor y supuse que “A” estaba cerca. Reconocí sus instrumentos quirúrgicos, la mesa de operación donde me creó; pero el recinto amplio, deshabitado, oscuro, me era absolutamente desconocido. Para tranquilizarme, intenté hacer memoria de lo que había pasado. Recordé su departamento, el lugar donde ella me había creado: cortando, formando y uniendo distintos miembros diseccionados de cartón piedra. Fue un tiempo en que mi cuerpo, poco a poco, transformó e invadió su espacio. Ella me susurraba: “estas creciendo sano” o “cada día eres más fuerte”. Yo no entendía porque me trataba así y le decía: ¿Qué quieres de mí?, ¡déjame en paz!, ¡no me hables!, ¡soy de cartón piedra!. Pues, ¿qué quería lograr “A” con todo eso?. Sólo supe que, sin poder controlar mi crecimiento, “A” retiró todos sus mueble y dormía en cualquier rincón junto a mí, sobre una frazada. Pasó así un largo tiempo, luego dejó de dormir conmigo y sólo me visitaba por las tardes, hasta que ya no la volví a ver. No pude recordar nada más. ¿Por qué me dejó “A”? ¿Qué pasó después? ¿Cómo llegué a ese lugar que parecía su laboratorio?.

Al examinarme noté que mi cuerpo estaba golpeado, abierto, lastimado. Fui contando mis heridas y de repente descubrí a “A” durmiendo entre mis piernas. La vi despertar, estirarse y levantarse de un modo resuelto. “A” tomó sus instrumentos quirúrgicos. Me miró y comenzó a curar mis heridas con gran meticulosidad; sanó mis cabezas, mis piernas y brazos. Corrigió mi pecho, recuperó mis manos. Luego de días enteros de reconstruir mis tejidos, inició un nuevo experimento. “A” diseccionó nuevas extremidades, las implantó en mi cuerpo de un modo aparentemente aleatorio. Llenaba cuadernos con dibujos y anotaciones de pautas de crecimiento que luego experimentaba. Así pasamos noches enteras. “A” perdió la noción del tiempo, olvidó la luz y los horarios habituales de los hombres.

Más que nadie conocía todos mis contornos. A veces era como si estuviese dentro.

En ese período no recordé nunca como había llegado al laboratorio de “A”. Intenté indagar, resolver las preguntas sobre ¿Qué soy?, ¿En qué me está convirtiendo “A”?, ¿Qué voy a hacer?. Por fin, luego de un tiempo “A” se detiene y me dice: ya comenzarás a entender para que fuiste hecho. Me sentí algo más tranquilo.

Al día siguiente siento un agujero en mi espalda, mis miembros comienzan a separarse. Mis extremidades se desintegran. Me invade el miedo. El laboratorio de “A” se ve cada vez más vacío, parte de mi se ha ido. La imagen de “A” se desdibuja, hasta que desaparece.

He muerto.

Sin embargo, como un miembro fantasma, siento mis brazos sobre un suelo frio, mis piernas topan con otros muros ¿Dónde estoy? ¿Dónde soy?. Al final del día vuelvo a estar completo. He llegado a un recinto blanco, solo.

A los pocos días escucho una canción a lo lejos, la que cantaba “A” mientras me operaba. La voz se acerca. Es ella, es su voz, pero no la veo.

- ¿Dónde estás? –pregunto.
Silencio
- ¿Dónde estás?- repito
- En ti –dice “A”.
- Me cuesta creerlo.

Pienso que la regeneración me ha perturbado un poco. ¿Será que pienso como “A”?, ¿será que soy “A”?

Pronto descubro que los nuevos miembros me dan una fuerza enorme, pudiendo levantar una extremidad para asomarme por la ventana. Mi cuerpo, mi materia palpita. Experimento una necesidad propia de tomar el recinto, de envolver el espacio; comienzo a generar un deseo de crecimiento incalculable.

Por fin, comprendo lo que debo hacer. Donde sea. Cualquier espacio es bueno para mí.

Ales Villegas